• Las cosas invisibles de él (Dios), su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. – Romanos 1:20.
En sus obras Jean Henri Fabre, el gran sabio naturalista (1823-1915), relata con mucha precisión sus pacientes experiencias sobre las costumbres y el instinto de los insectos. Uno no deja de maravillarse.
Esto fue lo que escribió con respecto a las abejas albañilas, un tipo de abejas que vivía bajo el techo de su cobertizo. Consiguió atrapar algunas y las marcó, no sin sufrir varias picaduras; luego las llevó y las soltó a cuatro kilómetros de allí. «De unas veinte, por lo menos quince volvieron: dos en la primera hora, tres al atardecer, y el resto a la mañana siguiente, a pesar del viento contrario y de no conocer el camino, pues normalmente las abejas no se alejan más de unos cien metros cada día. Entonces, ¿cómo fue posible que estas abejas desterradas encontraran su colmena? ¿Quién fue su guía? Obviamente no fue la memoria. Debemos reconocer en ellas una facultad especial que no podemos pretender explicar, pues está lejos del alcance de nuestra propia psicología!».
La única explicación, simple y grandiosa, es la intervención del Creador. El universo, hasta en los más ínfimos detalles, lleva su firma evidente. Dios, por medio de sus obras manifiestas, hace que los hombres no tengan excusa para no creer en él. Pero el Dios creador también es el Dios Salvador por medio de Jesús, su muy amado Hijo, quien nos lo reveló.
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