• Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. – Salmo 139:14.
• Cantad a él, cantadle salmos; hablad de todas sus maravillas. – 1 Crónicas 16:9.
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Debido a mi trabajo tuve la suerte de poder contemplar los más bellos y extraordinarios paisajes de la tierra, lo cual muy a menudo me ha llevado a dar gracias a Dios por los esplendores de la creación.
Imagínense a un ciego de nacimiento curado de su ceguera. Por primera vez vería la infinita multitud de formas y colores de las flores; se daría cuenta de que ningún árbol es idéntico a otro; podría admirar los múltiples juegos de la luz en el cielo y en la naturaleza. ¿No quedaría pasmado ante ese espectáculo increíble? Es como si por primera vez un sordo escuchase el canto de los pájaros, el de las olas y el viento en los árboles. En ciertos momentos sentí, ante la indecible magnificencia de la naturaleza, una especie de felicidad ilimitada que me transportaba más allá de esta tierra, mientras persuadía mi mente de que sólo un Dios creador puede ser el autor de las maravillas de la naturaleza que nos rodea… Pero conozco una felicidad todavía más profunda.
En los evangelios leemos que dos discípulos, después de haber ido por el camino a Emaús al lado de Cristo resucitado, se dijeron entre sí: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (Lucas 24:32). A lo largo de mi vida he sentido que el corazón me arde debido a la seguridad de ser amado por el Salvador de los hombres más allá de mi propia indignidad». (A. Chambon, embajador)