• Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. Oye, te ruego, y hablaré; te preguntaré, y tú me enseñarás. – Job 42:3-4.
Esa es la traducción de la frase griega «gnothi seauton», inscripción grabada en el frontón del templo de Apolo, en Delfos, Grecia. Sócrates la había escogido como lema. Después de él, muchos filósofos intentaron analizar y comprender cómo funcionamos, cuáles son los motivos que nos impulsan a actuar de cierta manera, o los criterios que están detrás de nuestras elecciones. Pero sus conclusiones son tan divergentes que nos dejan perplejos.
Si queremos comprender el funcionamiento de una máquina, la persona más calificada para explicarlo es el ingeniero que la ideó. Por lo tanto, ¿lo lógico no sería buscar la respuesta en aquel que nos creó? Busquemos qué nos dice la Biblia, la Palabra de Dios, sobre el hombre. En ella encontraremos un diagnóstico tajante: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón” (Jeremías 17:9-10). Al leer la Biblia descubrimos realmente lo que somos, y es bueno que lleguemos a esta conclusión del apóstol Pablo: “Sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Romanos 7:18). A esto es a lo que llamamos conocernos bien a nosotros mismos, es decir, darnos cuenta de nuestra miseria y de que no somos nada.
¿Entonces lo único que podemos hacer es desesperarnos? No, pues la Biblia nos revela algo más: el amor de Dios nos busca, quiere salvarnos mediante la fe en Jesucristo y darnos una nueva naturaleza semejante a la suya.