viernes, 14 de octubre de 2011

La Depresión.


Aborrecí… la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu.Eclesiastés 2:17.
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.Mateo 11:28.


Hoy, más que nunca, la depresión es el mal que amenaza a nuestros contemporáneos. «Ésta nace de la imposibilidad de dar un sentido a su vida, en la cual todo pasa y se va hacia la nada», escribió S. Ariéti, psiquiatra italo-americano.
Ya el autor del Eclesiastés había subrayado que todo lo que los hombres buscan desesperadamente no puede dar un sentido a su vida. La popularidad, los bienes materiales, el dinero, los placeres, la felicidad, la cultura, el poder, el trabajo… ¡todo está marcado por la vanidad!
Este autor no cayó en la desesperación. Al leer su libro, poco a poco vemos, como un rayo de sol atravesando oscuras nubes, abrirse una salida, un alivio a ese intenso sentimiento de vacío y desesperanza. Ese rayo de sol es el temor de Dios. No es una escapatoria, sino el único camino posible. A lo largo de su libro somos conducidos a distinguir, en medio de los estancamientos en que acaban todas las soluciones humanas, la vía que lleva a la vida: “Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Eclesiastés 12:13).
Ese temor de Dios, ese profundo respeto para con él, es un preliminar para recibir las respuestas de amor y esperanza que hallamos en la Escritura. Estas respuestas se concentran en una persona: Jesucristo, quien dijo: “El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35).

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