La actitud de Jesús frente a sus discípulos, en el momento de Su ascensión, conmueve el corazón. En este momento de separación, antes de dejar a sus amados en el mundo, una vez más los bendijo a todos.
Una maravillosa transformación se había efectuado en los discípulos gracias a todo lo que Jesús les había comunicado. A pesar de la partida de su Maestro muy amado, sus corazones desbordaban de gozo, mientras que antes de Su muerte, y después, estaban decepcionados y entristecidos. Fueran las que fueran las circunstancias que atravesaran los muy amados del Señor, ellos estaban llenos de acciones de gracias y de gozo porque lo conocían no sólo a Él, sino también Sus palabras inmutables. Pero ellos esperaban el hermoso momento en que sólo Él llenaría los corazones, en un mundo nuevo, donde no existirá separación ni motivo de tristeza.
Llenos de este gozo, los discípulos esperaron la llegada del Espíritu Santo. Desde el día de Pentecostés, en la abundancia de la vida divina y bajo la poderosa acción del Espíritu Santo, ellos cumplieron su servicio, haciendo, como Jesús se lo había dicho en Juan 14:12, obras mayores que Él mismo, aparte de la redención que sólo Él pudo cumplir.
El conocimiento del Señor debe producir en nosotros el deseo de aprender cada vez más de Él, hasta el día en que nuestro conocimiento sea perfecto; porque seremos semejantes a Él y le veremos tal como es (1 Juan 3:2).
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