lunes, 3 de octubre de 2011

Dios me ha quitado algo pero he sido Enriquecido.



Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.2 Corintios 4:16-17.


Todas las batallas acarrean pérdidas, aun para el vencedor. La enfermedad es una batalla. No sólo puede disminuirnos físicamente, sino que a menudo también nos quita lo que nos parecía muy normal poseer: la salud, el sueño, la memoria… Entonces corremos el riesgo de irritarnos y ser injustos para con quienes nos rodean. Tenemos miedo del futuro y añoramos lo que fuimos en el pasado. Es como si tuviésemos que despedirnos de lo que hemos vivido y de nuestros proyectos.
Job, ese hombre con una piedad y una fe notables, exclamó: “He recibido meses de calamidad, y noches de trabajo me dieron por cuenta. Cuando estoy acostado, digo: ¿Cuándo me levantaré? Mas la noche es larga, y estoy lleno de inquietudes hasta el alba… mis días fueron más veloces que la lanzadera del tejedor, y fenecieron sin esperanza”. Pero él agregaba en un impulso de confianza en su Dios: “Acuérdate que mi vida es un soplo” (Job 7:3-7).
Sí, en la enfermedad nuestro recurso es volvernos al Señor. Él es más grande que la enfermedad y más poderoso que nuestro desaliento. A menudo, de manera muy imprevista, él ayuda a atravesar los momentos difíciles. Entonces, poco a poco, nos damos cuenta de que él desea fortalecernos en nuestra alma. Si nos quita algo es para enriquecernos de sí mismo.

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