Cierta noche el perro de la familia Pérez empezó a ladrar en el patio. Todo el mundo se despertó en un abrir y cerrar de ojos. Se sabía que los guerrilleros se escondían cerca del pueblo. Algunos ya habían robado en la ciudad. Aterrorizados, los niños se agarraban a las manos de sus padres.
Tocando fuertemente a la puerta, unos hombres con voz ronca pedían que les abriesen. El padre obedeció; cuatro tipos amenazadores entraron, apresaron al padre y al hijo mayor e hicieron que se arrimasen a la pared.
–¡Danos el dinero!, exigieron los asaltantes. –Ya nos quitaron todo el dinero, respondió el señor Pérez. –Pues entonces los matamos, respondió el jefe fríamente.
Una de las niñas se acercó al hombre y le dijo: –Voy a buscar mi alcancía. La pequeña salió corriendo y volvió con algunas monedas.
Durante un instante hubo un gran silencio. Luego el jefe se inclinó y dio un beso a la niña y junto a sus compañeros abandonó silenciosamente la casa. Cuando se cerró la puerta, la familia Pérez se puso de rodillas y el padre agradeció al Señor por su condescendiente protección. ¡Dios tiene miles de métodos para llevar a cabo sus maravillas!
“Bendito sea el Señor, que oyó la voz de mis ruegos. El Señor es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón, y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón…” (Salmo 28:6-7)