Salmo 119:162.
Durante una visita que uno de mis amigos hacía fortuitamente a una familia modesta, le llamó la atención un cuadro insólito colgado en la pared del cuarto de estar. Se acercó y constató que se trataba de un billete de banco extranjero de un importante valor, bien enmarcado bajo vidrio. El dueño de casa le contó que en 1944 sus padres habían ocultado y cuidado a un oficial paracaidista enemigo, quien al irse les había dado este billete en agradecimiento. Lo habían guardado cuidadosamente como recuerdo.
Grande fue la sorpresa de esa familia cuando se enteró por mi amigo que ese billete, al cambiarlo en el banco, permitiría pagar varios meses de alquiler. Allí estaba un pequeño tesoro, bien conservado, disponible, pero no era utilizado.
¿Y si en su casa, usted que lee esta historia, se hallara también un tesoro no valorado? ¿Quizás una Biblia heredada de sus abuelos o un Nuevo Testamento recibido al salir del colegio?… ¿No los ha leído? ¡Qué pérdida!
¡Un tesoro no valorado! En efecto, esto es la Palabra de Dios cuando no es aprovechada. Ella responde incluso a nuestras necesidades más profundas. Sólo ella puede darnos el secreto de la vida y de la felicidad; nos da a conocer a Aquel que quiere y puede cambiar enteramente nuestra vida.
Es ella la tierna voz del Pastor, del Amigo,
Es puro manantial do la vida brotó;
Es del cielo la luz que alumbra el camino;
Es la carta de amor que tu gracia nos dio.
Es puro manantial do la vida brotó;
Es del cielo la luz que alumbra el camino;
Es la carta de amor que tu gracia nos dio.