• Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado…¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! – Salmo 139:14-15.
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¡Cuán maravillosas son las obras de Dios! La creación me deja sin palabras, pues manifiesta tanto el poder como la infinita sabiduría de Dios, pero estoy aún más sorprendido y admirado de que Dios haya amado a una criatura tan rebelde e ingrata como yo. Tengo una viva esperanza y una firme confianza en Dios, las cuales están basadas en lo que él hizo por mí.
En efecto, lleno de misericordia, Dios me buscó cuando yo no quería saber nada de él. El hecho de haberlo ofendido debería hacer que me odiase y me rechazase. Pero sucedió todo lo contrario: Dios quiso pagar el gran precio para reconciliarme con él. En Jesucristo veo a Dios en la condición de hombre, quien sufrió y murió por mí que soy indigno, para hacerme justo, cosa que no hubiese podido hacer por mí mismo. Debido al sacrificio de Cristo, ese Dios “misericordioso y clemente” (Salmo 103:8) manifiesta su misericordia hacia los que creen. La tuvo conmigo; y ante él mis pretendidos méritos no sirven para nada. Ahora puedo contar con él como un niño lo hace con su padre. Sé que no es tan sólo el todopoderoso Creador, sino que se interesa y tiene su mirada puesta especial y continuamente en mí. Sí, ¡Dios me ama!
Pero, lector, ¡no piense por eso que tengo suerte! Dios no hace distinción de personas; pagó el mismo precio por todos, y ofrece a cada uno su gracia. ¡También desea que usted pase a ser su hijo!