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Se han dicho muchas cosas de Jesús, e incluso se ha discutido su existencia hasta el punto de considerarla, a veces, como un mito. Esto significa que no se hizo caso de los testimonios históricos sobre Jesús, ni lo que han experimentado numerosos creyentes hasta hoy.
Por medio de los evangelios la Biblia presenta un cuádruple testimonio de Su vida en la tierra. También nos habla de la propensión al mal que reside en el corazón del hombre, y que lo excluye de la presencia de Dios. Debido a su naturaleza pervertida, el hombre está destituido para siempre “de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Pero ahí interviene Jesús, sustituyéndonos para recibir en nuestro lugar el castigo de Dios debido a nuestras faltas. Murió por nosotros, pero también resucitó y está vivo. Su obra salva aún hoy a todos los que ponen su confianza en él, y les da una nueva dignidad, la que nos permite entrar en la presencia de Dios como sus hijos.
El versículo de hoy presenta a Jesús como aquel que se acercaba a quienes se encontraban mal, para curarlos. Él es el médico divino que libera y salva, pero para ello es necesario reconocer nuestra indignidad y la necesidad de ser perdonado. Hay enfermos que no quieren cuidarse, incluso si su vida corre peligro. ¡No haga como ellos! ¡Contemple a Jesús en los evangelios y pídale que haga con usted lo que ya hizo por tantas personas!
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