• Sana mi alma, porque contra ti he pecado.– Salmo 41:4.
• El castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. – Isaías 53:5.
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El hombre que veía acostado bajo el sol, cerca de una de las puertas del casco antiguo de la ciudad, estaba mendigando. Cuando un turista pasaba, el hombre remangaba su pantalón con una mano y mostraba una llaga cubierta de polvo, al tiempo que tendía la otra mano con cara de tristeza. ¡Había que curar esa herida! En el hospital de en frente podría recibir todos los cuidados necesarios. Un amigo me explicó que dicho hombre estaba ahí todos los días y no quería ser curado, pues se ganaba la vida gracias a su herida.
Suponga que Jesús le dice: «Tu alma, tu espíritu y tu cuerpo necesitan ser curados, ¿Quieres ser sanado?». ¿Qué respondería usted: «No te necesito», o, «cura mi alma, porque pequé contra ti»? A menudo el hombre, después de haber oído el diagnóstico de Dios sobre su estado, a saber: la cabeza está enferma, igualmente el corazón; todo está mal, “desde la planta del pie hasta la cabeza” (Isaías 1:5-6), se enfada, se rebela, busca a quien echar la culpa, acusa a Dios: «¿Por qué existe el sufrimiento, la enfermedad y la muerte?».
Dios no responde a estas preguntas, pero envió a su Hijo para sanar al enfermo, para perdonar al culpable. Cristo llevó el castigo que merecía cada ser humano, soportó todo en su lugar: la ira, el juicio. Pagó su rescate para darle la libertad, la paz del corazón y de la conciencia. Por sus heridas “fuimos nosotros curados”.
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