• A causa de la multitud de las violencias claman… Y ninguno dice: ¿Dónde está Dios mi Hacedor, que da cánticos en la noche? – Job 35:9-10.
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«¿Quiénes de ustedes, que denuncian a voces la angustia y la miseria del mundo, estarían dispuestos a arriesgarse personalmente, a dar su vida ahí en donde están, a trabajar y a pagar por el bienestar de los desgraciados que los rodean? El simple hecho de clamar no conduce a nada» (extracto de un artículo de un periódico).
En nuestra sociedad se levantan muchas voces para denunciar las injusticias, la violencia y las guerras. Con mucha razón nos asustamos y nos sublevamos contra las miserias de la humanidad. Algunas acciones generosas, a veces mediatizadas, denotan una verdadera simpatía. Sin embargo, a veces sólo se quedan en buenas intenciones.
El gran problema de la humanidad, el que está en el origen de toda miseria, es la presencia del pecado en el corazón del hombre. Pero Jesucristo, el Hijo de Dios, el único que no cometió pecado, tuvo compasión de los hombres. Él no solamente habló de esta miseria, que nos concierne a todos, sino que vino del cielo para tomar nuestra condición humana. Nuestra miseria le costó la vida. En efecto, murió para que nosotros fuésemos liberados del pecado y para que Dios pudiese adoptarnos como sus amados hijos. Su clamor a Dios para pedir el perdón de los culpables no quedó sin respuesta.
Ahora todos los que depositan su confianza en Jesús son salvos por la eternidad y pueden, desde hoy, vencer al mal interior y, por medio del Espíritu, hacer el bien.
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