• Me dio el Señor las dos tablas de piedra escritas con el dedo de Dios; y en ellas estaba escrito según todas las palabras que os habló el Señor… – Deuteronomio 9:10.
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Dios habló, pero también se tomó la molestia de escribir con su propia mano. ¿En qué ocasiones? Primero cuando dio la ley a Moisés, grabada en la piedra por el dedo de Dios. Era una ley exigente; mostraba lo que Dios esperaba de su criatura y le decía: “Haz esto, y vivirás” (Lucas 10:28). Pero el hombre nunca pudo cumplir la ley, porque “los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7).
Entonces, con la misma solemnidad, el dedo de Dios anunció el juicio. En la sala de banquetes del rey Belsasar se profanaban los vasos de oro que habían sido robados en el templo, se adoraba a los ídolos y se burlaban del Dios verdadero. De repente los dedos de una mano escribieron en la pared: “Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin… Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto” (Daniel 5:5, 26-27). Entonces la sentencia se cumplió sin tardar.
Mucho más tarde Dios, en la persona de su Hijo, descendió a la tierra y estuvo en medio de su pueblo. Un día los judíos le trajeron una mujer que había sido hallada en adulterio. Esta mujer merecía la muerte, pero Jesús no la condenó. Se agachó y escribió con su dedo en el suelo. La ley había sido dada por Moisés, pero Jesús traía la gracia y la verdad (Juan 8:6 y 1:17). Quizás esa fue la palabra que escribió en el suelo… Hoy todavía es el tiempo de la gracia. ¡Crea en Jesús y Dios escribirá su nombre en el libro de la vida! (Apocalipsis 21:27).
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