• Porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos. Clamaré al Dios Altísimo… El enviará desde los cielos, y me salvará. – Salmo 57:1-3.
• En ti me refugio. – Salmo 143:9.
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Hay criminales que, tan pronto cometen el mal, consiguen huir de la justicia humana y es imposible encontrarlos. Pero nadie podrá librarse de la justicia de Dios. “¿Se ocultará alguno, dice el Señor, en escondrijos que yo no lo vea?” (Jeremías 23:24). David decía: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás… Aun las tinieblas no encubren de ti” (Salmo 139:7-12).
Bajo la ley de Moisés todo asesino debía pagar con su vida. No obstante, a quien por descuido había matado a una persona, Dios le ofrecía una ciudad de refugio. Allí el culpable estaba seguro, pero no debía salir hasta que el sumo sacerdote muriese (Números 35:9-28).
Incluso si no hemos asesinado a nadie, todos somos pecadores porque una u otra vez hemos hecho algo a sabiendas de que estaba mal, por ejemplo, mentir. Por ello merecemos la justa condenación de Dios, el alejamiento de él para siempre. Pero Dios nos ofrece un refugio seguro en la cruz de Cristo. Mediante su sacrificio Cristo pagó nuestra deuda sufriendo en nuestro lugar el juicio de Dios. Desde entonces, todo aquel que se reconoce pecador culpable ante Dios y cree en el sacrificio expiatorio de Jesús tiene la vida eterna. El refugio es seguro, y no hay otro.
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