• No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. – Romanos 1:16.
• Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. – Filipenses 3:8.
El Evangelio compromete a quien lo acepta. No se trata de una adhesión superficial a una idea, sino de un trabajo interior del corazón y de la conciencia. Algunas personas no quieren saber nada del Evangelio porque precisamente perciben que es un poder que transforma la vida de quien lo recibe. Se dan cuenta de que no pueden aceptarlo a la ligera.
Pero nunca he conocido a alguien que se arrepienta de haber aceptado a Jesús como su Salvador personal. El apóstol Pablo sufrió mucho a causa de su fe. Fue perseguido, golpeado y encarcelado, sin embargo en ningún momento echó de menos la vida que había vivido antes de su conversión. Su relación con Dios y la paz que llenaba su corazón hacían que no envidiase a nadie. Incluso en la cárcel escribió: “Para mí el vivir es Cristo”. “Regocijaos en el Señor siempre”. “La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 1:21; 4:4, 7).
Aún hoy el Evangelio es presentado a todos, no como si se tratase de un producto para probar, sino como un poder que libera y hace que la vida tenga sentido. “Hasta alcanzar todas las riquezas de pleno conocimiento a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo” (Colosenses 2:2).
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