• Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. –Juan 17:3.
• Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre de todos, y por todos, y en todos.– Efesios 4:6.
Hay un “único Dios”. Tal era el gran testimonio del pueblo de Israel en una época en la que el mundo pagano que lo rodeaba creía en una multitud de divinidades. Asimismo, los primeros cristianos dieron testimonio de su fe en el Dios único, lo que para muchos de ellos significó el martirio. A ese Dios único, no lo adoraban como una fuerza impersonal, ni como una entidad que abarcaba todo, sino como a una Persona. La Biblia nos revela que Dios es un Dios vivo.
Este “único Dios” quiere ser conocido. Para esto se reveló al hombre en Jesús, el Mesías prometido y anunciado a Israel por los profetas. Así, el Hijo unigénito de Dios vino a la tierra, humilde entre los humildes. Podía decir: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”, y aun: “¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?” (Juan 14:9-10). Por medio de estas palabras, y muchas otras, sabemos que si Jesús es el Mesías, el enviado de Dios, es igualmente Dios, “nuestro gran Dios y Salvador” (Tito 2:13), “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos” (Romanos 9:5).
¿Cómo conciliar esta aparente contradicción entre un Dios único y la afirmación que Jesús es Dios? No podemos comprender el misterio de Dios, pero podemos creer que el “único Dios” se manifestó en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Misterio insondable que el creyente recibe y adora!
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