martes, 26 de julio de 2011

Oraciones Sin Respuesta



El Señor… no me escuchó; y me dijo:
Basta, no me hables más de este asunto.
Deuteronomio 3:26.

Me fue dado un aguijón en mi carne… Bástate mi gracia;
porque mi poder se perfecciona en la debilidad.

2 Corintios 12:7-9.
 En la vida del creyente hay circunstancias en que Dios da una respuesta contraria a lo que fue pedido. Tenemos por lo menos dos ejemplos de ello en la Escritura.

       Moisés, ese patriarca a través del cual Dios efectuó la liberación de su pueblo de la esclavitud de Egipto, suplicó a Dios que le permitiera entrar en el país de la promesa. En su soberanía Dios le negó el profundo deseo de su corazón (Deuteronomio 3:23-27). El apóstol Pablo, convertido por la intervención directa del Señor y escogido por él para evangelizar las naciones (Hechos 9:15), deseó ardientemente ser liberado de “un aguijón” en su carne (sin duda una enfermedad física) que lo atormentaba sin tregua (2 Corintios 12:7-10). Pese a sus repetidas súplicas, el Señor no lo curó.

       ¿Debemos pensar que estos dos hombres no agradaban a Dios? Muy al contrario: el Señor hablaba con Moisés “como habla cualquiera a su compañero” (Éxodo 33:11). Y Pablo tuvo el privilegio de ser “arrebatado hasta el tercer cielo” para oír “palabras inefables” (2 Corintios 12:2-4). Si Dios no les dio lo que pidieron fue porque tenía en vista algo mejor para ellos.

       La sabiduría de nuestro Dios nos supera, y él sabe mejor que nosotros lo que nos es provechoso. No dudemos de él, no nos desanimemos; al contrario, confiemos en aquel que “a la postre” siempre quiere hacernos bien (Deuteronomio 8:16).

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