martes, 5 de julio de 2011

Creer en el Amor de Dios




Jesús… dijo: Dejad a los niños venir a mí…
el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía.

Marcos 10:14-16.


 Mientras estaba en la sala de espera de un aeropuerto, mi atención fue atraída por una joven pareja y su bebé. Tan pronto como un rostro humano aparecía en su campo de visión, fuera joven o viejo, alegre o melancólico, hombre o mujer, ese niñito le sonreía. Era encantador. Nuestra sala de espera tenía como un escape a la felicidad. Mientras veía sonreír a ese niño cada vez que cruzaba una mirada, yo comprobaba maravillado que así es cómo Dios nos ama. Desea hallar su gozo en nosotros. ¿No es conmovedor?

       Creer en el amor de Dios por nosotros me parece la esencia de la fe cristiana. No es un amor abstracto o indefinido, sino profundamente personal. No es un principio general, sino un fuerte afecto por cada uno de nosotros. A causa del pecado, el amor de Dios estaba oculto para nosotros. Pero nos fue hecho tangible por el don de su Hijo unigénito, quien vino a nuestro mundo lleno de tinieblas morales, de odio y de violencia.

       Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a vivir entre nosotros; se humilló para alcanzarnos. Pero hizo aún más: dio su vida por nosotros. Sí, allí en la cruz del Calvario Dios “no escatimó ni a su propio Hijo” (Romanos 8:32); el Señor Jesús “se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:2).

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