El Señor no mira lo que mira el hombre;
pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos,
pero el Señor mira el corazón.
1 Samuel 16:7.
Has escudriñado mi andar y mi reposo,
y todos mis caminos te son conocidos.
Salmo 139:3.
El fenómeno de las mareas se produce debido a la atracción de los astros, y en particular de la luna, sobre enormes cantidades de agua. Así, en las riberas del océano Atlántico se puede ver un cambio completo de paisaje, según haya «marea alta» o «marea baja». En el primer caso el mar recubre todo o casi todo, mientras que en el segundo caso aparecen las zonas fangosas y los arrecifes peligrosos para la navegación.
Comparemos este fenómeno natural con nuestra vida personal: es evidente que preferimos ser vistos por nuestros prójimos en «marea alta», tapando lo máximo posible los defectos de nuestra naturaleza. Pero si bien podemos dar una buena impresión a nuestro entorno, nadie puede engañar a Aquel ante cuyos ojos todo está desnudo y abierto (Hebreos 4:13). Esta omnisciencia de Dios es un pensamiento espantoso para aquel que no le conoce.
Efectivamente, en el día del juicio ya no habrá máscaras, sino sólo la triste realidad de lo que somos: seres pecadores que serán juzgados según sus obras. Hoy aún es el día de la gracia en que Dios quiere cubrir (o perdonar) los pecados del lector (Salmo 32:1). No es mediante un velo de buena apariencia que Dios realiza tal perdón, sino mediante Jesucristo, quien cargó con nuestros pecados en la cruz del Calvario. ¡Acéptelo hoy mismo
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