jueves, 26 de enero de 2012

EL SIGNIFICADO DE LO ESCRITO ( CONÓCETE A TI MISMO )




• Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. Oye, te ruego, y hablaré; te preguntaré, y tú me enseñarás. – Job 42:3-4.

Esa es la traducción de la frase griega «gnothi seauton», inscripción grabada en el frontón del templo de Apolo, en Delfos, Grecia. Sócrates la había escogido como lema. Después de él, muchos filósofos intentaron analizar y comprender cómo funcionamos, cuáles son los motivos que nos impulsan a actuar de cierta manera, o los criterios que están detrás de nuestras elecciones. Pero sus conclusiones son tan divergentes que nos dejan perplejos.
Si queremos comprender el funcionamiento de una máquina, la persona más calificada para explicarlo es el ingeniero que la ideó. Por lo tanto, ¿lo lógico no sería buscar la respuesta en aquel que nos creó? Busquemos qué nos dice la Biblia, la Palabra de Dios, sobre el hombre. En ella encontraremos un diagnóstico tajante: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón” (Jeremías 17:9-10). Al leer la Biblia descubrimos realmente lo que somos, y es bueno que lleguemos a esta conclusión del apóstol Pablo: “Sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Romanos 7:18). A esto es a lo que llamamos conocernos bien a nosotros mismos, es decir, darnos cuenta de nuestra miseria y de que no somos nada.
¿Entonces lo único que podemos hacer es desesperarnos? No, pues la Biblia nos revela algo más: el amor de Dios nos busca, quiere salvarnos mediante la fe en Jesucristo y darnos una nueva naturaleza semejante a la suya.


La Maldad que está en Nosotros



Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley;
pues el pecado es infracción de la ley.
Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados,
y no hay pecado en él.

1 Juan 3:4-5.

En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros,
en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo,
para que vivamos por él.

1 Juan 4:9.



Seréis como Dios” (Génesis 3:5). De todas las propuestas que se le han hecho al hombre desde el comienzo de la humanidad, ésta es la que más lo enaltecía. ¡Pero también es la trampa más grande! La aspiración a dominarlo todo y a la libertad total está presente en todas las generaciones. Preferiríamos no tener que rendir cuentas a nadie, pero esta actitud significa no admitir nuestros propios límites, y esto es un acto de rebeldía hacia nuestro Creador.

       Querer hacer lo que me apetece sin tener en cuenta a Dios ni a los demás, infringir Sus mandamientos o fiarme tan sólo de mi propio juicio, eso es lo que la Biblia llama pecado. Esta actitud nos aleja cada vez más de Dios. Entonces nos sentimos culpables ante Dios; y es que realmente lo somos. Somos pecadores, así nos ve Dios, pero también nos ve como sus criaturas que necesitan ser perdonadas y salvadas.

       No podemos salvarnos a nosotros mismos; sólo Dios puede hacerlo. Lo demuestra la declaración hecha por Jesús en la cruz: “Consumado es”. La cruz de Cristo es el lugar de enfrentamiento entre el Dios Salvador y el pecado; es el lugar de su victoria por medio del don de su propio Hijo. Pero para disfrutar de esa victoria es necesario ampararse bajo la cruz.