sábado, 28 de mayo de 2011

El Manantial de la Vida



El Señor es la fortaleza de mi vida;
¿de quién he de atemorizarme?

Salmo 27:1.

Contigo está el manantial de la vida;
en tu luz veremos la luz.

Salmo 36:9.

Me mostrarás la senda de la vida;
en tu presencia hay plenitud de gozo.

Salmo 16:11.


Antonio, acostado en una camilla, había tratado de suicidarse. Así explica su decisión y su desaliento: «De nuestra sociedad no se puede sacar nada; sus intereses son únicamente materialistas. No puedo vivir así». Hoy en día, ¡cuántos jóvenes piensan igual! Se sienten desamparados frente al porvenir, sin ninguna esperanza ni seguridad moral frente a la muerte y al más allá. ¿Nos dejaría Dios sin certezas? ¡Desde luego que no!

       La Biblia me enseña que Dios es “el manantial de la vida”, es decir, su origen y su meta. Dios trata de entrar en contacto conmigo, no soy sólo un ser material. Él dice que su proyecto para mí es darme a conocer “la senda de la vida”, que su presencia será para mí la fuente de mi gozo, independientemente de las circunstancias. Esto no significa que todo irá necesariamente bien, pero si tengo dificultades en el camino, hallaré en él la energía necesaria para seguir: “El Señor es la fortaleza de mi vida”. Al venir a esta tierra el Señor Jesús ilustró este mensaje divino. Nuestra vida tiene valor a sus ojos: la estimó tan preciosa que dio la suya para salvarnos.

       Padres, no descuidemos esta parte de la herencia que debemos transmitir a nuestros hijos. Porque en una vida en la que quizás no les falte ningún bien material, estarán desamparados frente a las verdaderas preguntas.

¿Avergonzarse del Evangelio?





No me avergüenzo del evangelio,
porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.
Romanos 1:16.


        ¿Cómo avergonzarse de una buena nueva? El Evangelio (literalmente: la buena nueva) no está reservado a retrasados; el apóstol Pablo es un ejemplo de ello. Educado en la mejor escuela rabínica de su época, pudo dar testimonio de su total transformación mejor que cualquier otro, cuando Jesucristo lo encontró en el camino a Damasco (Hechos 9:1-22). Ese día ese campeón del judaísmo fue alcanzado por el poder de Dios. Ese poder es capaz de tocar los corazones, cambiar y transformar completamente las vidas.

       Dios no quiere aplastarnos, al contrario, quiere salvarnos en espíritu, alma y cuerpo. ¿Quién podría decir que no necesita salvación, liberación y perdón?

       El Evangelio no está reservado a algunas personas en particular, sino que es ofrecido a todos, a usted y a mí. Ya que todos somos pecadores ante Dios, todos necesitamos la salvación (Romanos 3:22-23).

       Al empezar su ministerio en Galilea, Jesús decía a todos: “Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).

       Para ser liberados de nuestros pecados y recibir la vida eterna desde ahora mismo es necesario reconocerse pecador, arrepentirse y creer lo que Dios dice en su Palabra respecto a nosotros y a Jesús, el Salvador del mundo.

       “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11-12).