lunes, 30 de mayo de 2011

La Oración



Tú oyes la oración; a ti vendrá toda carne.Salmo 65:2.

Por esto orará a ti todo santo
en el tiempo en que puedas ser hallado.

Salmo 32:6.
  ¿Tiene sentido orar? ¿De qué sirve la oración? Hay personas que sonríen al oír estas preguntas y piensan que orar es un monólogo mediante el cual la gente trata de persuadirse de ciertas cosas.

       Pero no es cierto. Orar, es decir, hablar con el Dios viviente, eterno, todopoderoso, es algo indispensable para el creyente. Él tiene que hablar con su Dios y se le permite hacerlo, porque Dios oye y contesta las oraciones. Pero hay algo que Dios desea de nosotros: que oremos confiando en su amor y omnipotencia, dejando en sus manos la manera en que vaya a responder.

       Al lado de la oración, que a menudo la convertimos en un pedido a nuestro favor, Dios nos concede la posibilidad de interceder, es decir, de orar por los demás. No nos cuesta orar por los que amamos y apreciamos, pero el Señor Jesús exige también que intercedamos por los que no nos quieren o nos hacen daño. Si nos dejamos mover por el amor de Dios, también podremos hacer tales intercesiones.

       Existe aún otro motivo para hablar con Dios: el agradecimiento. Debemos darle las gracias por todo lo que nos dio mediante el Señor Jesús y por todo el bien que recibimos diariamente de su parte. Estrechamente ligada con el agradecimiento está la alabanza. Podemos celebrar a Dios por lo que él es y por lo que nos permite experimentar. Y ¿cuál es el resultado, cuando nuestra oración llega a ser alabanza y loor? Hará que nuestros corazones estén felices

¿Estamos en el lugar que Dios quiere que estemos ?




Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás


        Lot, sentado a la puerta de Sodoma, se daba cuenta de que no podía ser aprobado por Dios. Él “afligía cada día su alma justa” a causa de la nefanda conducta de los hombres de la ciudad (2 Pedro 2:7-8); sin embargo permanecía con ellos… ¡Fue necesaria la intervención de dos ángeles para hacerle escapar del juicio que cayó sobre la ciudad!

       David, perseguido por Saúl, se refugió en Aquis, un rey enemigo. ¡Para salvar su vida no halló otro recurso que fingir estar loco! (1 Samuel 21:11-15).

       Jonás, enviado por Dios a Nínive para predicar el arrepentimiento, tuvo miedo, desobedeció y huyó en un barco rumbo a Tarsis. Entonces Dios envió una tempestad y preparó un gran pez para salvar la vida de Jonás, a quien los marineros habían echado al mar.

       Pedro, calentándose cerca de un fuego encendido por los que se habían apoderado de Jesús, ocultó su identidad y negó a su Maestro (Juan 18:12-27). Después de su resurrección, el Señor lo interpeló varias veces para llevarlo a hallar el perdón y a ser restaurado.

       Pero, usted y yo, ¿estamos donde Dios quiere que estemos, en nuestro círculo familiar, en nuestra actividad profesional y en nuestro servicio para el Señor? Nuestro Dios, lleno de gracia, no quiere dejarnos en una situación que nos prive de su bendición o que le deshonre. No le obliguemos a recurrir a procedimientos decisivos para liberarnos. “Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos a Dios” (Lamentaciones de Jeremías 3:40).