jueves, 26 de abril de 2012

Hagámonos un Nombre.




Reprendiste a las naciones, destruiste al malo, borraste el nombre de ellos eternamente y para siempre. – Salmo 9:5.
• Cristo Jesús… Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre… para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra. – Filipenses 2:5, 9-10.
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El hombre, desde el comienzo de su historia, quiso «hacerse un nombre». Por su desobediencia a Dios, su buena relación con él fue interrumpida. Desde entonces, para el hombre Dios sólo es un juez a quien uno trata de olvidar para hacer de la tierra un campo de diversión y de fiestas sin Dios. El hombre, privado de la gloria de Dios y llevado por su orgullo, quiso construir la ciudad y la torre de Babel cuya cima llegase hasta el cielo. Buscaba su gloria personal: “Hagámonos un nombre” (Génesis 11:4).
De este modo el hombre muestra cuál es la raíz del mal que está en su ser; e impulsado por el orgullo que fue despertado en él por la sugerencia de Satanás: “Seréis como Dios” (Génesis 3:5), trata de engrandecerse. Hace de su propio nombre el centro de sus pensamientos, del mundo y de su sistema.
La pretensión del hombre lo ciega, lo conduce a despreciar la Palabra de Dios y el único nombre mediante el cual puede ser salvo. La fe, por el contrario, siempre se apoya en esta Palabra divina. ¡Qué precioso es el nombre de Jesús, “nombre que es sobre todo nombre”, para el creyente! Se inclina y adora a aquel que lo lleva. Pronto, en el nombre de Jesús, toda rodilla se doblará y toda lengua reconocerá que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

jueves, 19 de abril de 2012

La Firma del Creador.



• Las cosas invisibles de él (Dios), su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. – Romanos 1:20.



En sus obras Jean Henri Fabre, el gran sabio naturalista (1823-1915), relata con mucha precisión sus pacientes experiencias sobre las costumbres y el instinto de los insectos. Uno no deja de maravillarse.
Esto fue lo que escribió con respecto a las abejas albañilas, un tipo de abejas que vivía bajo el techo de su cobertizo. Consiguió atrapar algunas y las marcó, no sin sufrir varias picaduras; luego las llevó y las soltó a cuatro kilómetros de allí. «De unas veinte, por lo menos quince volvieron: dos en la primera hora, tres al atardecer, y el resto a la mañana siguiente, a pesar del viento contrario y de no conocer el camino, pues normalmente las abejas no se alejan más de unos cien metros cada día. Entonces, ¿cómo fue posible que estas abejas desterradas encontraran su colmena? ¿Quién fue su guía? Obviamente no fue la memoria. Debemos reconocer en ellas una facultad especial que no podemos pretender explicar, pues está lejos del alcance de nuestra propia psicología!».
La única explicación, simple y grandiosa, es la intervención del Creador. El universo, hasta en los más ínfimos detalles, lleva su firma evidente. Dios, por medio de sus obras manifiestas, hace que los hombres no tengan excusa para no creer en él. Pero el Dios creador también es el Dios Salvador por medio de Jesús, su muy amado Hijo, quien nos lo reveló.


lunes, 2 de abril de 2012

¿Por qué la Cruz?




• La palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. – 1 Corintios 1:18.
• Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. – Romanos 5:8.

¿A veces no le parece deprimente escuchar las noticias? Oímos casi sólo malas noticias. Todos los días comprobamos los terribles efectos del mal: la violencia, las guerras que acarrean un mar de injusticias y sufrimientos, las enfermedades y la muerte. Es un peso terrible que recae sobre toda la humanidad. Pero el mal no puede superar a Dios, y el mensaje central del Evangelio es que Jesús vino para liberarnos de ese inmenso peso. Por ello tuvo que morir.
Su muerte nos revela la extrema gravedad del pecado, que constituye una ofensa al amor y a la justicia de Dios; pero también nos muestra la profundidad del amor de Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16). No podemos hablar del amor de Dios sin evocar también los sufrimientos de Jesús. Simpatizó con todos los sufrimientos humanos, y más aún, Él mismo sufrió al máximo en la cruz, siendo abandonado por Dios mientras padecía en nuestro lugar el castigo por nuestros pecados.
Jesús murió en una cruz para dar la vida a todos los que confían en él. Fue colocado en una tumba, pero no permaneció allí. Al tercer día resucitó y ahora vive por la eternidad. Jesús comparte su vida con todos los que lo contemplan por la fe. En la tierra fue el “varón de dolores”, a quien el profeta había anunciado (Isaías 53:3), y ahora, en el cielo, es el Señor de gloria.